Vivo en un mundo de princesas, sin ser una de ellas.


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lunes, 27 de agosto de 2007

La autoloser - De Bestiaria

Este relato de Imagenes de mujeres, me parecio increiblemente descriptivo, conosco a mas de una chica asi y debo decir que ademas de todo es muy comico, asi que se los dejo, desde Bestiaria, les presento La Autoloser:

LA AUTOLOSER, sacado de Bestiaria

La autoloser es el reverso deshilachado de la presumida. Es una antiheroína social: mientras que el resto de las mujeres esconde sus carencias debajo de plisados artificiales, voladitos, y estratégicos pespuntes, ella muestra los hilos sueltos de las costuras.

A primera vista, un lector apurado puede confundirla con una perdedora común y corriente, pero la verdad es mucho más compleja. La autoloser no se inscribe en ninguna de las dos variantes de perdedora: ni se esfuerza en vano por cambiar, ni se resigna apáticamente a lo que es. Por el contrario, en vez de luchar por salir a flote o entregarse para morir ahogada, nada, como una suicida entusiasmada, hacia el fondo del océano.

La autoloser mira su propia vida como un espectador divertido con el drama de un personaje. Sufre, sí. Pero de manera periférica, impersonal. Transforma todas sus miserias en anécdotas agridulces parecidas al cine de enredos francés. Hace un ejercicio de inteligencia y desapego que debiera ponerla a salvo de que esas mismas historias la aludan, porque quien se ríe de sí mismo, no es risible. Es incluso una persona superior, un santo que camina entre los mortales.

Pero este recurso tiene, también, un efecto colateral. Como sus fracasos son parte de una ficción ajena, no siente el peligro en carne propia y no se detiene a tiempo. Es como un personaje interpretado por Woody Allen, que con cada vuelta que da, se hunde cada vez más en un laberinto de papelones y humillación masoquista.

Si un hombre la deja y le rompe el corazón, en vez de alejarse, se acerca. Siguiendo su instinto tullido, le envía mails “para ver como está” o concibe planes estúpidos para cruzarlo a la salida del cine. Sabe que cada encuentro la empuja más y más al abismo de la vergüenza, pero no puede parar. Se convierte en su amiga, atiende sus llamados borrachos y tristes los sábados por la madrugada, e incluso se queda a dormir con él, conciente de que va a echarla a la madrugada a los apurones, sin una bota ni la cartera. Cierra la noche llorando en la calle, muerta de frío, suplicándole a los gritos que le tire las botas por al balcón porque le costaron doscientos pesos y desayuna, emparchada y tuerta por un taco volador, en el departamento de su mejor amiga.

Su verborragia posterior matiza el desengaño con mínimas felicidades que la consuelan. Intercala carcajadas con lagrimones mientras detalla lo que gritaba por el balcón, cómo la asaltaron en el viaje de vuelta, y cuanto tuvo que suplicarle al colectivero de la línea 59 que la lleve gratis y descalza hasta la casa de su amiga.

Desde muy joven sus anécdotas son la delicia de padres ajenos y maestras. Va al jardín de infantes y cuenta que toda su familia se llenó de piojos y que el tío Ronny está preso por robar plata del club. En la primaria, le confiesa a quien quiera oírla que gusta un chico y ni el pudor ni sus victorianas compañeritas (que le cantan “tiene novio”) la obligan a replegar su enfática estrategia.

Para los dieciocho años, su vida a es un rosario de catástrofes sentimentales. Se enamora siempre de patanes buenosmozos que le suben la ventanilla del auto cuando pasan delante de sus amigos, la someten a rutinas sexuales extravagantes, se acuestan con su mejor amiga, o la dejan tirada del otro lado de la General Paz por la madrugada, luego de una pelea.

Cuando se deprime, al contrario del resto de los mortales, no se refugia en la televisión berreta ni en los dulces. Acepta invitaciones que la conectan con situaciones que violentan su amor propio. Acompaña a una tía soltera a entregar un perro salchicha usado que vendió por Internet, se va al cine sola, o se amarga en una fiesta de solos y solas junto a dos amigas resentidas que doblan sus tacos aguja bailando, borrachas, en la improvisada pista de un húmedo departamento.

La autoloser siente un tímido orgullo de sus torpezas. Siente que le dan volumen, carácter. Se vanagloria de sus fracasos culinarios (es famosa por sus tortas isóceles decoradas con chupetines clavados y confites de anís), no le importa ser fofa y mala en los deportes (jamás pudo hacer flexiones y va al gimnasio sólo dos días por año a mirar fijamente a las deportistas), canta mal (y por eso canta más fuerte), y no sabe nadar ni andar en bicicleta sin rueditas (pero se tira de cabeza en lo profundo y chapotea hasta llegar al borde de la pileta).

En cualquiera de los ámbitos de la vida, la autoloser siempre quiere más. Como si sufriera para tener qué contar, o como si contara para no tener que sufrir. Avanza, como un mosquito hipnotizado, hacia una luz blanca y brillante, sabiendo que va a freírse contra la panza caliente de un foquito criminal.

4 comentarios:

*Cristalito* dijo...

Muchas gracias por tu comentario :) dejae mas fotos mias, las princess m han animado mucho la verdad :)

Yo no soy autoseler... no puedo ver mi vida desde el punto de un espectador :(

*{Cottoncita}* dijo...

no se.... creo ke yo tengo algo de autoloser!!! ja!!! ke weno este articulo...

gracias x pasarte!!!

besines

Sofi!! dijo...

Me encanta Bestiaria...

Y yo creo, que todaslas mujeres tenemos un porciento de autoloser..

Es cosa de ser autocriticas no mas!

Un beso oruguita!

Vane dijo...

Ja, fue demasiado bueno haber leido esto, y es que aun internamente muchas somos parte, aun cuando sea poco, de todo esto... Si hasta me llegue a identificar con alguna cosa.

En fin Oruguita un beso :) Que estes bien.